
Las pinturas resultantes parecen abstractas, pero de hecho son transcripciones fieles de lo que ella vio. Tuvo un acierto sencillo y genial: variar la escala. Acercó tanto la mirada, miró con tanto detenimiento que el resultado, aunque tiene una referencia concreta a lo real, ya es otra cosa, es algo nuevo. Lo real, ese concepto tradicional de realidad, tiene unos estrechos límites que el arte nos ayuda a romper.
Las flores de los cuadros de O'Keffe no existen en la realidad, pero tienen su origen en ella y no hubieran sido posibles sin la mirada atenta de la artista sobre el modelo original. Es una conexión sutil y mágica. Y es más, desde que Georgia O'Keffe las pingó las flores originales tampoco son las mismas. Desde el momento en que vemos uno de esos grandes lienzos de lirios o amapolas la representación opera sobre el original, y ningún lirio ni amapola vuelve a mostrarse de igual modo a nuestros ojos. Georgia O'Keffe realizó unas pinturas maravillosas, pero no sólo eso, también dotó de mayor belleza a sus motivos originales. Y eso porque nos obligó a volver a mirarlas, a miralas mejor. Nos regaló tiempo, ese tiempo del que decía que carecíamos para mirar una flor.
1 comentario:
Fuimos juntas a una exposición suya, ¿verdad?
:)
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